María y José llevaron a Jesús al Templo y según la costumbre, ofrecieron como sacrificio dos tórtolas. En el templo se encontraba Simeón que tenía fama de ser un hombre justo. Al verlos tuvo la convicción de que actuaba impulsado por el Espíritu, le tomó en brazos y bendijo a Díos diciendo :
Ahora despides, Señor, á tu siervo, conforme á tu palabra, en paz; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; Luz para ser revelada á los Gentiles, Y la gloria de tu pueblo Israel. (El cántico de Simeón)
Esta luz, este mensajero, es este chico, primogénito dedicado al Señor por sus padres que ofrecen un pareja de aves en sacrificio substitutivo. Casi todo es dicho, ya, por el Evangelista Luc (Lc 2, 22-4). En este episodio, cuenta y anuncia que el acto final de la vida de Jesús, ” habiendo sufrido hasta el fin la prueba de su Pasión ” (Hb 2, 18), será ofrecérsele a Dios, su Padre. Sin embargo, es mismo que ello hará entonces. Libremente, devolverá su espíritu en las manos del Padre (Lc 23, 46 ). La ofrenda, sobre el altar de la cruz, no será substitutiva: entregará su carne y su sangre. ” (Philippe Asso “Esprit et Vie” n°140 – diciembre de 2005)
Y es la ofrenda de Jesús que es actualizada a cada Eucaristía celebrada.
¡ Qué Misterio! ¡ Dios se le ofrece a Dios!