Es muy importante, en el fondo, en todo lo que nosotros hacemos, tratar de discernir el « Dedo de Dios ». Nosotros no tenemos un plan de acción diseñado al avance. Siempre tratamos de estar a la escucha de las personas que encontramos, de los eventos y situaciones que se presentan. Cuando comprendemos lo que hay que hacer, entonces nosotros tratamos de responder pensando que es verdaderamente Jesús que hace el llamado. Lo más importante es la fidelidad a la realidad. Creemos verdaderamente que Jesús ha entrado totalmente, por su encarnación, en nuestras vidas y nuestras historias de hombres. Constantemente El lanza sus llamados, es a nosotros de responder.
Para ayudarnos a recibir el llamado y responder, no se pueden dejar de lado dos puntos muy importantes : La oración y la lectura del Evangelio.
En los poblados y ciudades, campos de refugiados, las leproserías donde Jesús nos envía, el ritmo de nuestra jornada es idéntico : Nos levantamos cerca de las cinco de la mañana para rezar el Breviario, rezamos el Rosario y al menos una hora de Adoración Eucarística antes de comenzar nuestro trabajo manual. Este primer tiempo de oración es esencial. El nos permite de ponernos en frente de lo que Dios y la Iglesia nos piden. Cuando debemos trabajar en un medio humano tan herido, destruído ; hay que ir verdaderamente portado por el soplo del Amor, con el fin de hacer descubrir al otro que Dios es sólo Amor. En este momento, no se ve más una persona como mutilada, sino que se comprende que los grandes hombres mutilados son aquellos que se cortaron de Dios.
La vida de la Fé, se transforma entonces en un abandono total a Aquel que ve por nosotros. Nuestra expresión de hombres es tan limitada que, frecuentemente, sólos no vemos más lejos que la punta de la nariz, que la punta de los dedos . Pero si cerramos los ojos y nos ponemos a rezar, entonces, nosotros entramos en la visión de Aquel que conoce el fondo de los corazones, de Aquel que está todavía lejos, y nos ponemos a amarlo. Estando presentes para Dios, estamos presentes para todos los hombres.
Sólo queda continuar. Toda nuestra vida debe tornarse obediente, « filial » ; nuestra oración, nuestro trabajo, nuestra manera de hablar. Celebrar la santa Eucaristía, fabricar una prótesis, operar un enfermo, es siempre servir Dios. Cuando nosotros cuidamos de alguien, es siempre delante de Dios que nosotros nos arrodillamos.
« Yo estaba enfermo y tu me curaste… » dice Jesús en el Evangelio. Y el amor es contagioso…
Humanamente, jamás nos habría venido al espírito de ir a Astrakan en Rusia, ni a Vietnam, ni tantos otros lugares…
Pero es siempre por la ocasión de encuentros con personas invitándonos imperativamente a planificar una misión, que nosotros hemos podido leer la Voluntad de Dios, aceptarla y responder a ella.